¿Puede cualquiera volverse malvado? Si existen algunos sicarios exóticos y arrepentidos, ahora con su Biblia bajo el brazo, también hay quienes de rezarle a la virgen hoy rinden cuentas a jefes policíacos y militares narcos. No es en todo caso una buena idea echarse de enemigo a un ministerio público o a un judicial.
Después de la revisión de rutina al autobús de pasajeros por él conducido hacia Chilpancingo, Guerrero, el chofer se hizo de insultos con el soldado líder del retén y arrancó a toda velocidad. El militar disparó contra el camión, que no se detuvo sino hasta llegar a Huamuxtitlán, donde se enteraron de la muerte de uno de los pasajeros, proyectil incrustado en cuello.
Si tienes un amigo ministerio público en el Estado de México (Dios te libre de caer en las garras policíacas del Edomex, si bien la PGJDF, tierra del Presunto Culpable, no se queda atrás) y la competencia está acabando con tu negocio, pide a tu amigo inventarle algún delito (un robo es sencillo de montar). Se trata de un juego en el cual casi todos ganan: el judicial cumple con su cuota mensual de detenciones y el ministerio público con la propia de consignaciones –parece mentira, pero este incentivo existe y los MP son premiados por mayor número de encarcelamientos realizados al mes –al diablo la presunción de inocencia. Además, seguramente para librarse de la cárcel, tu competencia podría venderte el negocio (la cuota al judicial y a su jefe ronda los 10,000 pesos). Según el sapo es la pedrada, claro, y si puede pagar un abogado quizá salga pronto debido a la lógica falta de pruebas. Las Comisiones de Derechos Humanos estatales conocen todo el tiempo situaciones como ésta, detenciones arbitrarias, ejercicio indebido de la autoridad y del servicio público, policías corruptas. La Comisión Nacional recibió este año 20% más quejas contra el ejército, la armada, y las policías que el pasado –pero el Ombudsman defendió la permanencia del ejército en las calles.
Si bien todos encarnamos un criminal en potencia –Freud dix it: nuestro inconsciente mata incluso por nimiedades- del dicho al hecho hay un gran salto y pocas personas se atreven a darlo. ¿Cuál es el origen de la maldad? ¿Qué empuja a los perversos a pasar al acto? ¿Qué está pasando con nuestras cada vez más violentas sociedades? Algo está fallando en la socialización de la ley porque sin duda los crímenes se disparan.
Cuando alguna noticia criminal recorre el mundo –basta recordar las fotos de la prisión iraquí de Abu Ghraib- todos se lanzan a perorar sobre lo deshumanizada que anda la humanidad, y desgarran sus vestiduras psiquiátricas y políticas. Los genetistas no se echan para atrás. La Universidad Hebrea de Jerusalén dice haber detectado el “gen de la maldad” compartido por Hitler, Mussolini y Mugabe, quienes habrían tenido más corto, más pequeño respecto al resto –siempre ha sido fácil sospechar que algo así sucedía- el gen “AVRP1”, el cual posibilita a la hormona llamada vasopresina actuar sobre las células cerebrales creando vínculos sociales y afectivos. Sin embargo la teoría no explica la razón por la cual cada vez más hombres lo tendrían reducido, sobre todo en el ejército israelí. Sin duda en México los narcos y políticos nacen con esa disfunción, pero ¿por qué dicho gen se ha empeñado en destruir nuestro país? El mismo argumento escuché a un predicador, quien ante el aumento de la violencia –y la imposibilidad de que el gen maléfico se hubiera incrustado en tanta gente de la noche a la mañana- concluía el innegable advenimiento del Apocalipsis (No, no fue el antiguo sicario de la Biblia bajo el brazo).
Si los psiquiatras se empeñan en engañar al mundo engatusándolo con la falta de sustancias químicas o supuestas lesiones en la amígdala cerebral como razones de nuestros problemas –el negocio de los antidepresivos es redondo y el desconocimiento del inconsciente aprovechado- y los genetistas exhiben sus genecitos de alcoholismo, cobardía, o maldad, todo para no reconocer que el origen del mal está en la cultura, allá ellos y allá el mundo. Sin embargo, hay quienes han llegado a ver el rostro de la perversión, a encararlo de frente y a partir de su obra algo podemos aprender. La del divino Marqués de Sade puede decirnos mucho al respecto.
Se trata de la muerte, como lo dijera Georges Bataille, gran lector del Marqués. Es dicha tragedia, ley de la muerte y de la soledad por todos compartida, fuente de la maldad. No es fácil lidiar con el hecho de que moriremos y lo haremos pronto. Como Arthur Machen lo ha expresado en su extraordinario cuento El Pueblo Blanco, la maldad radica en el intento de alcanzar esferas superiores sin tener tal derecho.
Y cuando no se cuenta en la infancia con el apoyo de una familia consuelo del vacío y de la muerte, enseñanza de la ley de los hombres, algo se pervierte. Los criminólogos lo saben perfectamente: asesinos y multi-homicidas comparten un pasado de maltrato y menosprecio, de identidades invadidas. Truman Capote retrató este vacío incolmable en el fresco hecho a Perry Smith, asesino A sangre fría de una familia vivo ejemplo del ideal americano. Los malvados no hacen sino reproducir la violencia sobre ellos ejercida, volcándola contra quienes, creen, tienen lo que les fue negado.
México es un país de explotados, de infancias extraviadas por las crisis sucesivas, de tejido social desintegrado, niños proletarios y campesinos denostados y sin futuro cuyos padres emigraron, de personas obligadas a jugar de dioses, a romper las leyes de los hombres para sentirse vivos, al menos un momento. La maldad es precisamente pasar por encima de la ley, tener en la mano la vida y muerte de aquellos a quienes se observa origen de humillaciones. El cáncer no es sino la locura existencial de un grupo de células rebeldes a la muerte.
Lo simbólico de la falta fue retratado de forma inmejorable por Jean Genet en su obra Las Criadas. Basada en un hecho real, narra la historia de dos sirvientas francesas de excelencia que matan a sus amas cuando un corte de luz les impide seguir planchando. La policía encontró los cadáveres descuartizados, las bragas bajadas, profundos tajos en vientres y muslos. “Buscábamos algo que nos hiciera más fuertes”. Por supuesto estaban locas, pero todo sicario o militar asesino comparte tal locura. Algo no pudo formarse bien en su estructura.
¿Y qué podemos hacer para acabar con tal violencia? En nuestros vecinos del norte tenemos dos ejemplos a seguir. El primero, desde Estados Unidos, nos aconseja profesionalizar a nuestras policías. Basta de ministerios, judiciales y soldados delincuentes, quitémosles el fuero: si usted no es su amigo, sino la competencia encarcelada, habrá comprendido que, contra las diligencias del Ministerio Público no hay trámite penal que valga. Además de transformar a nuestra policía ministerial en una institución científica y no lo que la PGR cavernaria es, brindémosle a ésta última la autonomía necesaria, construyamos más cárceles y llenémoslas de jóvenes sicarios, policías o militares corruptos –no olvidemos a los políticos, hay de todos los colores. Estados Unidos tiene tras las rejas a más del 1% de su población. Casi 4 millones de personas en prisión. Se trata de un Estado policial que hace como si creyera en la maldad genética preponderante de las personas de color y latinas. El segundo ejemplo es el de Canadá, decantada por una sociedad justa como lo hacen los países nórdicos, en los cuales el genecito del crimen ha salido corriendo. Casi no existe violencia por esas tierras. Los derechos humanos, es fácil aprenderlo si se escucha claramente, son nuestro único norte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario